Lo mismo que tu me obsequias, con las imágenes gratificantes de los rincones que te muestro, en tus visitas a la tierruca, yo quiero mostrarte, las impresiones que captó mi sensor-retina fotográfica extracorpórea, en nuestros paseos por Madrid.
En el templo de Dobod, como un día lo fuera el monte Dobra para el dios Erudino, convertido en altar de la luz y los reflejos, igual que los vieran, sobre el Cantábrico mar, los guerreros cobijados a la sombra de los ancestrales tejos.



En cortinas transparentes como los nacimientos de los ríos que corren por los valles y las vegas buscando el mar de las galernas.

En las nubes que descargan sobre el verde de los prados, el alma pasajera de los ríos.

Esto lo viví porque tu me guiaste, y mi visión te entrego, porque allá, en lejanos lugares, pudimos beber juntos de la misma luz, adorar templos salvados de la aguas y profesar religiones olvidadas, que gustan del calor humano de los semejantes, de los encuentros con los amigos y de la inmortalidad de los instantes vividos sin ninguna otra vocación de futuro.
Firmado: El paisano
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